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Hay momentos en los que uno se pone a pensar sobre los otros. Esos otros que le ven raro al que emite un criterio ajeno, al ego que nunca quiso ser parte y que se adaptó a convivir con ella. Porque somos un mundo contagiado por estigmas que nos hacen distintos entre los unos y los otros. 

“La palabra se fragua en el duodeno y se hace sonido cuando estalla su eco al empezar en el esófago”: decía jactancioso, un ridículo “profesor” de literatura en mi secundaria. Eso me hace pensar a veces que su teoría repulsiva e inicialmente dudosa. Se confirma cuando leo a ciertos comentaristas de todo tipo que usan la palabra para el desfogue; para liberar un poco la bilis que se estruja entre la grasa endógena del reducido espacio que cubren sus vísceras. Pero lo que sé de la palabra: es que es un tema interminable que se asocia a los sentidos armonizados del léxico y, gramaticalmente hablando puede llegar a tener una infinidad de definiciones. Quién sabe!. Que hasta dicha o escrita por otro “profesor” o alumno de la misma categoría del antes mencionado, podría en medio de las circunstancias de la vida, suponer, que la palabra, se licua en la lengua y cuando pasa entera es una excreción insoportable. Y que posiblemente, a posteriori, cuando se agarra a golpes con el abecedario cae de bruces en el papel sin opción a defenderse. La palabra, hace pensar que es una figura léxica de género materno con ese mismo generoso raigambre y con la misma reputación de una víctima marginada. 

Yo, desde mi punto de vista, voy a citar a la palabra, como la opción real de los hechos. Es decir que hilvanando su clara intención sólo debiera remitirse a los acontecimientos por hacer, a los hechos y a las palabras que históricamente dejaron huellas, rigorosamente confirmadas. Sabiendo de antemano que es variable y que es moralmente rígida para el que busca en la contradicción distorsionarlo, que es sumisa y que es irreverente. Total, no hay manera de limitar su dimensión saliendo de las fauces o de las mentes “ilustres” de cada ser humano.

“La palabra”,  “le Parlé”,  “the word”;  como quieras nombrarlo, total bien pronunciada y bien usada alguna vez. Igual, tal vez tuvo sentido.

Cuántas teorías y autores, ¡...cuántas páginas habrán!; discurridas, pronunciadas dichas y elaboradas respecto a ella. Ésta, vive cotidianamente en los andariveles de nuestro medio, en las calles, en las plazas, en todas partes de la urbe y del espacio rural. Y, suena en la lengua de cualquier prójimo de que su palabra es ley y es obra: “yo soy así”, dice el que ahuyenta a la realidad y le promiscuye al rato; “yo soy de palabra, argumenta el mediocre que no puede sostenerse sino es, en el mismo umbral de la mentira; “no sabes con quién estás hablando”, supone el audaz que se solapa en la intención por amedrentar al otro; “te prometo que no te fallo”, sentencia el sospechoso para lograr lo que en su ego busca atesorar para su beneficio a toda costa.

Y, tú debes haber sentido muchas veces o con frecuencia que te enamoras de la palabra, como te enamoras de cualquier otra cosa; que te decepcionas cuando el cupido dejó herida a la esperanza llevándose consigo la poca dignidad de su propia palabra, con la que te empeñas, que te regocijas, que te desanimas muchas veces de tu propia palabra, que te alzas y caes y hasta te reprochas. O, que sientes todas las sensaciones. ¡Quién sabe! hasta por descubrirlo. Por ejemplo; uno puede enamorarse y sentir qué es maravilloso decir lo que se puede hacer y decir sin que tenga que volverlo a desmentir para no ponerse incómodo. Para no desperdiciar el tiempo con el engaño que tantas veces no tarda mucho en ser descubierto y rota su desvergonzada envoltura, hecha de crepé etéreo. Porque la palabra zurcida también termina escarmenada y rota, porque la palabra tibia e indecisa también juega con el desequilibrio de su propia existencia. Como, esas palabras de tarima suelen por lo general adolecer de éstas complejas plagas que deterioran la imagen del escenario al que se dirige. O, las palabras que divagan en medio de la delicia de un romance en pubertad repentina y perpetua. Escenario que termina en ciertos casos; con la pobre e insoslayable sospecha del engaño que asume un resultado discordante entre un par de víctimas que no aceptan culpa alguna. Porque no hay otro ser más inocente que auquel cegado por su propia convicción que hasta duda de sí misma. 

 Si la palabra fuera abierta al gesto ambiguo de la fidelidad no habría necesidad de la duda y la promesa, ni sentiría el vértigo con el que vas a defraudarla. Pero es necesario por ahora, anteponer el riesgo para garantizar uno de sus derivados, que es la verdad pese a todo y ante todo.

La palabra, PALABRA se enmudece, se aturde y baja la guardia cuando se distancia, sintiéndose amenazada por la ausencia de una fidelidad consigo misma, que lo hace frágil para someterse a la manipulación; a prostituirse a deslindarse de la franca lealtad de sus actos. Y, debe ser seguramente, como ese algo deforme, sin cabeza, sin ojos, sin oídos, sin olfato, dislocada y nómada. Que se pierde en cualquier senda, sin la menor idea de su importancia y significado. Y entonces; eso  es lo que te decepciona, ¡cuando acontece! Esa distancia del buen sentido que tenía y se extingue con las modas, se extingue con el paradójico alter ego y vaga otra vez en las sendas donde se pierde la confianza de los otros y de nosotros.

El empeño de la palabra, es el cumplimiento de los hechos, de las acciones, del decir y hacer, del procrear un sentido recíproco que se resume en otra, que lo han denominado “respeto”; respeto de sí mismos; respeto hacia los demás; respeto mutuo y compartido de los tantos que hacemos éste dulce “Universo”. Dicho en un sentido alegórico, la palabra así como suena, es una pócima que nutre y regocija al endémico cuerpo, que sin darse por enterado se desgasta cotidianamente. La palabra es causa y es efecto del crédito y el descrédito y siendo sujeto de crédito de la palabra, no hay manera de vivir atosigado por la reputación sospechosa que te imputen. Cuando la palabra sólo cumple su función de tal sin alterar lo evidente y lo sentido, no cuesta recibir esa sensación de gratitud satisfactoria y absuelta de cualquier maleficio y que puede lucir no como una huérfana pompa sino como raíz hecha palabra. Así, el hombre o la mujer, siente también en su gnosis que la libertad no puede ser efímera porque ha sabido cumplirle a la palabra.  

Pero desanima igual. Cualquier tipo de palabra de la que el sentido común supone que se impone y que es verdad lo que dice a la final sólo es un evento; y aún más allá del sentido común, la del canalla que a cuentas de que “sabe” juega para engañar con sus sentencias o argumentos que las calumnias y blasfemias son “verdades”, que dichas con doble sentido puede convertirse en una pesadilla hecha para el estereotipo. Como está degollada, sintéticamente fabricada a su medida, ¡no importa lo que digan!: mientras sirva para alucinar, para engañar, para saturarlo hasta hacer  naufragar en el vicio moral de la escasa ética que frota en el vacío y se hace nada. Porque, si costara decir cada palabra; a lo mejor pudiera ser austera, pudiera no sentirlo y no afectaría ni creerlo a nadie, absolutamente a nadie con el cuidado solamente de evitarlo; menos irritable sería recordar y hasta saludable olvidarlo.

Podemos citar algunos ejemplos de la decadencia inmutable por la que cada vez nos sorprendemos y nos hemos decepcionado de la palabra. Desde la misma proclamación de la nueva República. Así fue, “ésta isla de paz” a la que hacían mención los “eruditos” de la pantalla y de los medios de prensa que justificaban su arremetida, cuando así, le decían a éste rincón del mundo donde no se admitía su verdadero rostro, porque cada político mitómano con altavoz en mano ha exacerbado, a alterado, a despotricado a la palabra. Maquillando lo que en el mundo humano no debe ocultarse (y nos hacen creer que es parte de nuestra propia idiosincrasia para alimentar la diferencia. Porque nuestra realidad lo han vulnerado una vez más con el ingrato engaño a quienes se preñan de esperanza) y entonces es: que por eso nos diferenciamos de los otros (...) y que no deja de ser humano en todo caso.

O sea, un país que no logró definir su propia identidad, por la lucha constante de la duda que no permite reconocerse a sí mismo. ¿Cómo puede lograr de la noche a la mañana superar su autoestima? ¡Si los que lo agobiaron se convirtieron en siervos de los que siempre buscaron doblegarnos! Y, es eso lo que reflejo en mis versos, esa palabra que sumisa se enciende queriendo expresar lo que de la añoranza queda y se aqueja.

Por ejemplo: cuando en pleno vejamen de su tiranía un villano gobernante en la década de los 80, proclamaba cínicamente, que Ecuador era una “Isla de paz”, para convencer de que sus detractores eran los protagonistas del malestar. En una realidad utópica que jamás existía. La palabra violencia se engendró con la dominación y el país no lo conoció sino desde siempre. Y, una vez, provocada la mala intención para demoler a los “discurridos  utópicos” (con insipiente poder de la palabra o poder económico) éste audaz, utilizó el término “terroristas”, seguramente fabricado por las trampas externas del poder omnímodo, en pro de la promoción de su propia violencia. El sacrificio humano obedece al concepto variado de los términos que la palabra en medio de su compromiso o no; expresa el revés de la amenaza que es el miedo. Entonces, la manifestación de la confianza supuesta emerge, como víctima, y cándida se posa en la espera hasta ver lo que efectivamente compensa cada acto. Así, en ése contexto de las interpretaciones de la palabra, que construye y destruye, que enseña y que desdeña ha dado un giro a los conceptos de control como el uso erróneo del absurdo y cada vez subordinada o condicionada no sólo a la libre exposición literaria que la modernidad hoy lo socava; a la que en tiempos remotos las nuevas generaciones lo estimaban. Quiero decir, que otros fueron los tiempos de la lectura atinada en los libros que daban valor al verso, a la poesía, a la prosa y hasta al prosaico modo de compartir tantas ideas que no siendo rentables al menos se alimentaba de  cierto conocimiento.

Así diciendo, sigue vigente la frase clásica de Manrique? de que: cualquier tiempo pasado fue mejor. Tal vez no, porque no todo tiempo pasado fue dichoso. Pero rescatado desde el mismo sentido del momento vivo y chispeante de los valores que imprimían ese sentido, tal vez sea mejor para cada época..

Y, así podemos enumerar ejemplos, de los tantos que han llegado al extremo de hacer suyo el criterio vacuo del esbirro en la sociedad. Que no hace tampoco, tantos años aún cuando desde un balcón el más miserable de los gobernantes abrió el arca del Erario Nacional y entregó a los suyos todo el esfuerzo de los ahorristas. Sin importar una sola vergüenza del falso compromiso de la plabra con la mayoría, a la que nunca le importó inyectarle ¡cuánta dosis! de palabras sutiles pero amargas, amalgamadas con la traición de esa palabra. Otro de los tantos sumisos no sabía de qué lado estaba comprometido, que se Lució condenando su mandato. Porque le traicionó su propia palabra después de que llegó al poder aunque “efímero”, y se quedó encantado con sus víboras desde que aprendió hablar sus estupideces por TV, sin haber aprendido a pensar para emitir una sola palabra. Las palabras suenan, tienen sentido, distinguen, no son con raras excepciones residuos necesarios que se escapan cuando se apura en gana.

Y, este proceso que tiene un “indicio de nuevo”. Ha permitido pensar en la palabra para cuestionarlo y hacer que en su tránsito se adose del valor que aparentemente era irrecuperable. Y es fantástico sentir que en medio del roce entre “iluminados” y obtusos, la recomposición de la palabra puede adquirir su tonalidad elevada, tanto en la plaza rústica del ciudadano simple, como en la misma mesa redonda de la supuesta magnificencia elaborada.

Por lo tanto. Hace necesario unificar culturalmente  este sentido de la  palabra, escapando de modo inexorable a la imagen carcomida y deteriorada con el esfuerzo máximo de soterrar a la simple visión disparatada que no se ha motivado por aportar al orden, o más bien se han empeñado a una deconstrucción de su propio sentido conviniendo hacia el desorden para corroerlo apegada al interés distante del educar y ser parte del mismo proceso. Porque cada lugar tiene su espacio y su tiempo y el que hemos vivido sin el menor esfuerzo ha sido saturado de entuertos. Se ha tergiversado tanto, concibiendo aún desde ciertos niveles de Poder, que las mayorías cuando le otorgan el beneplácito de ser alguien. Siguen siendo sus “súbditos” no más   que un simple objeto de sus descarriados sueños, o para creer que la mayoría que los ven y escuchan (desde la comodidad de su lecho) son simples recipientes. Vacíos de la arrogancia que degenera a la palabra desde sus prácticas que reducen la posibilidad de análisis a sus propios congéneres.  

En otros tiempos la palabra dicen que parecía tener sentido, previo a saber que alguien lo pronunciaba y era capaz de cumplirlo. Pero históricamente, en la prticularidad del ser humano como tal, no ha dejado de ser una paradoja y claro, no a favor de los que más lo necesitan, pero al menos en beneficio de sus propios intereses. Ahora, sólo algún compromiso liga a cumplir bajo una secuencia de condiciones reales. Y, sin embargo la moral desecha, la ética horizontalizada, se arrastran bajo el menospreciado rincón del valor escaso. 

El presente que nos otorga  una época de rupturas, particularmente dada desde la óptica de una “revolución” más que  ciudadana, “citadina”, vista desde fuera del ámbito del Palacio. Se sostiene en el umbral de la “palabra relativa”. Que se debe reconocer, que si no fuera por quien nos representa y que se empeña por levantarle su ánimo y la baja autoestima de quien heredó cada pasado, para ser parte de ésta Patria convaleciente. Pidiendo  cuentas del derroche y de la saña con la que lucraron los viejos estamentos del poder Público y  Político, del poder Económico y Privado de este país: entonces, como ha pasado aquí y en muchas partes, ¿de dónde un simple individuo puede vanagloriarse de felicidad, de regocijo solamente? si los que niegan y apuntan con su ridícula palabra, se esconden o son cómplices de tanta impudicia. Otros, con el asomo vil del mismo descaro que endilgan supuestas reivindicaciones de derecho colectivo, no ven la corta distancia que les queda de la verdad a la mentira, y prosiguen con su medicridad y descaro por ganar terreno en la contienda de que repetida un millón de veces la convirten en crónica roja y no en lo que debe esperarse; una corrección honrosa. Porque la palabra como verdad, es aún imposible desde el escenario en los que sueltan a correr sus decapitadas “ideas”.

La retórica del absurdo se evidencia en la impotencia de algunas “izquierdas” que se quedaron anquilosadas en la misma práctica de la palabra rayada y del pírrico capricho que busca retomar su triste plataforma de las reivindicaciones salariales, que sin otra alternativa que reclamar, hoy se ahogan en el derroche de su nula iniciativa. He ahí, donde ahora puede ser la oportunidad de su mayor responsabilidad de empezar a crecer. ¡Te recuerdo magisterio!. Porque estando en tus manos tanto pupilo malograste lo que debías cumplir con el mejor de los deberes, -en la enseñanza de ese bien que es la palabra.

Si en algo hay que tener fe, sería en los que dejaron de ser y cumplieron con su palabra. Porque todos los "revolucionarios" vivos se nutren con el seudo compromiso de que siguen el orden y el ejemplo de la razón que imprime la palabra vigente. Y en un contexto plagado de vicios cada institución es un paquete paradójico arreada por la enorme voluntad de un hombre por cambiarlo.

Cuando la palabra es patrimonio individual no deja de ser absoluta y es una virtud en la lengua de quienes creen tener toda la razón; es una pena que aunque habiendo pruebas no convence porque no hay palabra con raras excepciones en el mundo que no genere dudas. La del delegado celestial en la tierra, pese a ser el representante de Dios no puede ser omnímoda; la de un ladrón que aunque la evidencia sea un enorme mantel de antecedentes no deja de ser inocente “hasta que no se compruebe lo contrario”. Y la de cualquier adversario en una contienda de mentiras políticas o de guerra es peor que la misma tempestad natural que busca arrasar con todo.  

Parece que sin el mayor encanto, la palabra siempre ha naufragado y ha vuelto ésta vez a salir buscando su lugar en la Patria de Alfaro que estaba abandonada. A reclamar su verdad, a decir que es digna salga de cualquier boca amarga que salga. Los instintos de las vísceras con hambre de felinos pesan y los “héroes” de palabra sobran. Pese a que incomoden las combinaciones raras que opacan la verdad para que siga bajo las consignas de la apariencia maquillada. 

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Marcelo Sebastián Espinosa Andrade: escribe desde el otro lado del Mundo, TOCATA Y FUGA. Un, cuento con la ternura de las tantas esperanzas frustradas de "El Chueco".